lunes, 1 de abril de 2013

La casa triste

Siempre me gustó esta casa. Y ella gustó de nosotros. Tú siempre reías cuando yo decía eso. Pero yo lo sentía así.

Todavía puedo notarlo. La profunda tristeza que impregna el interior. El recuerdo de lo sucedido.

"Su marido murió aquí ¿verdad?"

Las palabras me sobresaltan, por un momento olvidé que no estoy sola. Me mira con unos extraños ojos de búho que no parecen parpadear nunca. Es la mujer que ha venido a ver la casa, la que dice estar interesada en comprarla.

"Sí, murió aquí", contesto.

Y se queda mirándome fijamente esperando. Le devuelvo la mirada impertérrita y sigo callada, ignorando su muda pregunta.

Estoy tan cansada de esas miradas, de las palabras que no se pronuncian, de los murmullos a mi paso. He decidido irme lejos. Y no volver nunca. Intentar olvidar.

"Naturalmente, habrá que cambiarlo todo" dice ella por fin.

Siento un estremecimiento.

"¿Cambiar? ¿Cambiar qué?"

"Pues ya se lo he dicho, absolutamente todo, querida mía. Los muebles son demasiado grandes y pesados, tan viejos. El suelo, el color de las paredes, tirar algún tabique y, por supuesto, la cocina. Francamente, no sé cómo se apañaban ustedes, pero parece la cocina de mi abuelita. Todo muy antiguo, a mí me gusta lo moderno, lo liviano, lo claro".

Acaricio inconscientemente mis muebles, oscuros, antiguos, cómodos, confortables.

La alacena del siglo XIX que tanto te gustaba , el fogón que calentaba nuestras noches.

Todas y cada una de las cosas que fuimos buscando, encontrando y atesorando entre risas, caricias y besos.

Miro esos ojos de búho que me observan con interés , con pena, con triunfal compasión.

"Digales a los del pueblo que no me voy, que no me iré nunca" digo.

Siento a mi alrededor el cálido abrazo de una amiga, el suave susurro de bienvenida de las cosas que amo.

¿Recuerdas?

     Algunas veces te miro y trato de imaginar lo que hubiera sido de mi vida sin tí. Y es difícil porque casi desde que recuerdo tú estás presente.

     Nos conocimos de niños ¿Te acuerdas? El día en el que llegó el camión con todas vuestras cosas y bajaste al mismo tiempo que el viejo sillón verde de tu abuelo, y me miraste con esos ojos glaucos que tanto me han admirado siempre. Sonreiste con picardía al ver mis trenzas tiesas de puro apretadas y pude sentir el tirón que me dio tu pensamiento. Y en aquel momento quedamos irremediablemente unidos por un hilo invisible pero irrompible. Y desde entonces hemos estado juntos, excepto cuando hiciste el Servicio Militar, que te destinaron lejísimos y nos escribíamos todos los días unas largas cartas en las que no decíamos nada y nos lo decíamos todo.

     Y otra vez más, cuando perdimos la tienda y nos llenamos de deudas y tú te fuiste, como muchos españoles, camino de un trabajo fuera que nos pudiera ayudar a sacar la cabeza del agua de nuevo. Y aquí me quedé yo, porque teníamos a Martita y venían dos en camino y yo no podía viajar. Aguantando a tu madre y a la mía, que no sé cuál de las dos era más pesada.

     ¡Cuántas cosas hemos pasado juntos, querido mío, cuántas risas y cuántas lágrimas!

     Todavía puedo sentir tus brazos, tu boca posesiva, tu risa queda en mi oído, tu piel en mi piel.

     Me dijeron que era como si fueras desconectando poco a poco. Que no sufrías, que no te enterabas de lo que te sucedía." Ya sabe usted", decían, "este mal es piadoso con los que lo sufren, pierden la capacidad de razonar y recordar y yo le aseguro a usted..."

     "No me asegure nada, llevo 75 años mirándome en esos ojos. No hay nada que usted pueda decir que yo no sepa"

     Y nos fuimos a casa andando a pasitos lentos, cogidos del brazo.

     Y todos los días te siento frente a mí, en tu sillón preferido desgastado por el tiempo, y yo hago delante de tí las trenzas que tanto te gustaba deshacer y me miro en tus ojos como siempre lo he hecho, y digan lo que digan, todavía de vez en cuando, muy de vez en cuando, siento esa mirada pícara sobre mi y ese tirón de pelo que aquella vez, tanto tiempo atrás, no te atreviste a dar.