miércoles, 15 de mayo de 2013

En el bosque del gnomo


Cuando ríe echa la cabeza hacia atrás y su roja cabellera destella al sol. La deseo tanto que me duele.

Desde la última rama del viejo olmo observo cómo se baña en mi lago, cómo su cuerpo perfecto entra en contacto con el agua sagrada.

La deseo tanto que mi cuerpo arde de fiebre. Y ella lo sabe.

Los gitanos acampan en mi bosque y ella es mi trampa. Y yo me dejo atrapar.

Irrumpen en mi santuario, cazan mis animales, roban mis plantas, ríen a carcajadas salvajes y atruenan el silencio. Amenazan mi entorno. 

Pero yo solo puedo fijar mis ojos en sus pechos que se yerguen desafiándome, en el montículo oscuro que corona sus piernas de bronce, en sus labios rojos que prometen placeres, en sus ojos violetas que son como lagos profundos de misterios antiguos.

Y mis ojos se llenan de sal cuando la veo bailar al ocaso, cuando manos extrañas profanan su cuerpo. Y aprieto fuerte mis mandíbulas por miedo a gritar mi angustia.

Y ella mira hacia arriba y sonríe con sabiduría milenaria. 

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